Miguel Celdrán
Las campanas suenan pausadas, se marchó Miguel Celdrán, en esa nave que Machado decía que “nunca ha de tornar”. Una espesa niebla cubre nuestros ojos y la voz se resiente a despertar. Nos duele el alma.
No soy objetivo, pues quiero a Miguel Celdrán como a un padre. Fue un maestro, un líder, un amigo. Decía que “nada produce más orgullo a un catedrático que tener un alumno premio Nobel”. Por eso, saboreaba los éxitos de los demás como si fueran propios. Por eso gustaba rodearse de gente a la que ver crecer en los distintos ámbitos de la vida. De ahí, decía que de cada éxito individual “me llevo un 10%”, y cuando el equipo acierta “eso son muchos 10%”.
Pero ante todo Miguel tenía una pasión: su familia. Su mujer, sus hijas, sus nietos. Los quería con locura. Eran su mejor obra compartida. Con ellos lucía su mejor sonrisa, y eso que el repertorio era infinito.
Miguel nunca usó el verbo para zaherir. Nunca fue un francotirador de la palabra. No tiraba de cargador dialéctico para herir a la persona. Miguel era un ser que se hacía querer, pensaras o no como él. Un jornalero de tender puentes, que a nadie dejó indiferente. A cada persona que conoció le dejó una pequeña semilla. A quienes le tratamos, dejó una impronta. Por eso, Miguel no se ha ido ni se irá. Miguel sigue entre nosotros y lo vamos a cuidar.
Badajoz lleva la huella de Miguel Celdrán. En la recuperación del Casco Antiguo, en Parques y Jardines, en avenidas, en la promoción de la cultura, en los servicios sociales, en un abrazo en dirección a Portugal… Fue un alcalde eficaz y muy querido por los pacenses. Los periodistas le adoraban. Un alcalde que antes de llegar al despacho había transitado las calles de la ciudad y conversado con vecinos y trabajadores que topaban a su paso. Para todos tenía una palabra de afecto, porque de todos aprendía. Y con esa lección diaria de la calle llegaba al despacho, hacía equipo, recibía a trabajadores para coordinar el trabajo cada mañana, con un profundo respeto por cada uno, transmitiendo pasión por Badajoz. “Me quedan tres afeitados” solía decir, y resumía así una filosofía de vida consistente en hacer feliz a todos los que te rodean y a quienes te cruzas en el camino. Porque al otro mundo te vas sin tener que facturar equipaje de mano, te vas con lo que has sembrado.
Miguel Celdrán deja un legado de enseñanza inmenso, de valor incalculable. Hombre creyente. Rey del sentido común y de la entrega. Con un sentido del humor inteligente, fino, cargado de experiencia. Nunca pidió ser nada, y lo fue todo en nuestro partido, porque era un hombre desinteresado y su ser era un valor respetable.
Le gustaba llamarse “perito”, y “profesor de autoescuela”, y funcionario de Seguridad e Higiene. No tuvo clientes, ni alumnos, ni compañeros, que también. Tuvo allá donde fue, amigos. Se recorrió los pueblos de nuestra tierra peritando y jugando al fútbol. De ahí su conocimiento de nuestra gente, porque entre peritaje y peritaje, partido y partido, tuvo tiempo de construir lazos de afecto.
Por eso Miguel nunca hablaba de oídas y le molestaban los chismes. Miguel tiraba de la chequera de las experiencias vividas y personales. Y por eso solía acertar. Se señalaba la sien con el dedo índice y decía “de aquí ando corto”. Luego se señalaba el ojo para decir “pero de aquí cazo largo”.
Neruda escribió que uno muere lentamente si “no conversa con quien no conoce”. No era su caso. Miguel siempre tenía una palabra que te hacía sentir importante. Cuántos mensajes de cariño de personas que ya no están en nuestra tierra y que se cruzaron en su sendero. Mensajes de toda la región, y de toda España, y de Portugal. Desde personas humildes a gente con las más altas responsabilidades.
Aprendimos mucho con él. Lo aprendimos todo. Nos dio todo un caudal de cariño y sabiduría. Y gratis. Aprendimos lo que es trabajar en equipo. Aprendimos lo que es la generosidad. Aprendimos la honestidad. Aprendimos que nada es fácil, pero que todo es posible. Aprendimos que el adversario no es enemigo. Aprendimos que cualquier persona es importante. Aprendimos a amar Extremadura y España.
Recuerdo ese Miguel Celdrán desconocido para muchos. Ese alcalde que iba cada tarde a las 5 al despacho. Leía carpetas apiladas con detenimiento. Estudiaba a fondo los temas. Te llamaba para conocer detalles de tu área de responsabilidad. A primera hora de la tarde era el momento elegido para firmar todos los asuntos.
Así era. Por la mañana mucha calle, en modo esponja. Por la tarde, a impulsar las ilusiones. Los fines de semana, en un pequeño papel, le escribían a modo de agenda todos los eventos deportivos y culturales de la ciudad, que eran sus parroquias. Y si el Partido Popular le requería para ir a un pueblo, por pequeño que fuera, ahí estaba él para echar una mano.
Me siento afortunado de haber vivido junto a Miguel Celdrán muchos años, de ser humilde notario de muchos momentos a su vera. Fue un Maestro -con mayúsculas- porque nos enseñó a pensar, a querer y creer lo que haces. Un Maestro es quien tiene la palabra precisa en cada momento, y en especial, en los difíciles. Un Maestro es quien cuando más necesitas una llamada, aparece. Un Maestro es luz en el camino. Se vació por los demás, de ahí que su ilusión, una vez aparcada la política, fuera compartir su retiro con su familia y sus amigos de siempre. Y así lo hizo.
Miguel Celdrán era todo eso y mucho más: un gran Maestro, un gran hombre, Patrimonio de Badajoz, de todos los pacenses y de Extremadura.
D.E.P.
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